Ante el inicio de un nuevo curso escolar sigue presente la gran lección de vida que nos proporcionó el personal y alumnado de los centros educativos el pasado curso escolar.
Es una realidad que las virtudes y fortalezas relucen y se hacen visibles cuando surgen las dificultades. Eso ocurrió el día que la COVID vino a cambiar la forma de relacionarnos y exigió que, por el bien común, tuviéramos que cambiar nuestros hábitos de vida en un muy corto espacio de tiempo. De la noche a la mañana se idearon protocolos y normas con el único objetivo de prevenir la expansión de un virus que traía consigo incertidumbres y miedo.
Fue entonces cuando emergieron los verdaderos protagonistas de los que habla este pequeño escrito.
En primer lugar, el profesorado y los equipos directivos. Fueron ellos y ellas los que desde el primer momento, sin plantear dudas con respecto a lo que se les pedía, pusieron todo su esfuerzo en hacer cumplir las normas sanitarias de los protocolos publicados. Horas interminables de trabajo para conseguir que los centros educativos estuvieran preparados para recibir al alumnado en las mejores condiciones. Y no menor fue el esfuerzo, para que una vez ya comenzada la actividad escolar, todo surtiera el efecto deseado. Que el profesorado llegara exhausto al final de su jornada laboral, para que todo lo diseñado se cumpliera, se convirtió en lo habitual del día a día.
Los siguientes, sin duda, el alumnado. Desde los más pequeños a los mayores aceptaron que las condiciones para relacionarse los unos con los otros habían cambiado. La mascarilla era un nuevo elemento añadido a su vida escolar. En nuestra retina y recuerdo ha quedado para siempre como la llevaban sin protestar, como utilizaban el gel hidroalcohólico cada vez que se les pedía, como mantenían las distancia en filas y recreos, en fin, como cumplían cada una de las normas que se les dijo que era necesario cumplir. Un ejemplo de solidaridad que nuestros jóvenes entendieron y llevaron a cabo, enseñando a los adultos que a veces es necesario la renuncia para lograr el bien de la comunidad.
Por último, y con un compromiso igual de encomiable, el personal de administración, limpieza, servicios complementarios y demás personal que trabaja de uno u otro modo en los centros educativos haciendo posible que la educación de nuestro país sea una realidad, proporcionando las oportunidades y la formación necesaria para que nuestros jóvenes afronten su futuro. Todos ellos y ellas, sin excepción, desde su ámbito empujaron en la misma dirección con el único objetivo de conseguir una enseñanza presencial segura, tan necesaria para todos y todas.
Los inspectores e inspectoras conocemos la fortaleza de nuestro sistema educativo y el compromiso y profesionalidad de los que trabajamos en Educación. Para aquellos y aquellas que las desconocían, el curso pasado es un ejemplo reciente e inmejorable que evidencia lo afortunados y afortunadas que somos. Ahora, un nuevo curso comienza y siguen presentes algunas incertidumbres que nos alertan de que no podemos bajar la guardia. No podemos desandar el camino recorrido, en nuestro haber tenemos la experiencia del curso pasado. Y con esa confianza y la firme voluntad de avanzar dejando atrás lo peor de este virus, estoy seguro que en este nuevo curso, una vez más, las virtudes y fortalezas de nuestro sistema educativo volverán a relucir como es merecido.
Buen curso para todos y todas.
José Manuel Cabrera Delgado.
Presidente de la Asociación de Inspectores e Inspectoras de Educación de Canarias (AIDEC).
Texto publicado el 9 de septiembre de 2021 en la publicación digital Tenerife Sur AHORA. https://issuu.com/tenerifesurahora/docs/issuu_mes_de_septiembre_5b68b507ec5ed2